El dilema moral del mundial de Qatar
En el mundial de Qatar nos encontramos con un conflicto entre Occidente y la nuevas potencias del Golfo que no hace sino mostrar la profundas contradicciones y ausencia moral de ambas.
El mundial de fútbol es uno de esos grandes eventos deportivos diseñados para que todos nos olvidemos de nuestras diferencias, dejemos nuestra ideología y política de un lado y como seres humanos nos unamos en una gran celebración. O esa sería la idea.
Pero el ser humano, por regla general, es incapaz de hacer tal cosa. Y estos eventos se están convirtiendo, cada vez más, en formas de mostrar las profundas contradicciones del momento que nos ha tocado vivir.
En el mundial de Qatar nos encontramos con un conflicto entre Occidente y la nuevas potencias del Golfo que no hace sino mostrar la profundas contradicciones y ausencia moral de ambas.
Por un lado tenemos a las potencias Occidentales, que aún viven del rédito económico de haber implantado un sistema que está llevando al planeta al borde del colapso y que puede hacer la vida en él bastante difícil. Sin hablar de que esto ha sido posible gracias a la explotación y el robo de países -si no continentes- enteros.
En base a este fugaz éxito sobre la materia -fugaz en el contexto histórico- se atribuye el papel de juez moral del resto del mundo. Ilustrémoslo con un ejemplo de algo que todos habréis observado.
Seguro que conocéis alguien a quien le ha ido bien en la vida, bien en términos económicos. Está en un posición cómoda y desde esta mantiene una vida más o menos segura. Tiene una familia, un círculo de amigos, tiene influencia sobre aquellos cercanos. Y quizás cierto y merecido atractivo para otros que buscan lo mismo. Pero esta comodidad y seguridad, esta sensación de ‘haberlo logrado’ en la vida, le da una aire de prepotencia que aplica a todo.
Como le ha ido bien en algo -en este caso económicamente- se siente con la potestad de opinar sobre todo y juzgar a los demás, aun en cosas sobre las que no tiene la menor competencia o legitimidad.
Pues ese el papel de Occidente en este momento. Como materialmente nos ha ido bien, damos por sentado que nuestra moralidad debe de ser superior a los que materialmente son inferiores.
¿Pero qué moralidad? Pues la moralidad de la materia. Y ¿cuál es la moralidad de la materia? La moralidad de la materia es aquella que no tiene un fundamento sólido puesto que la materia, en su esencia, está vacía. Y como no tiene un fundamento sólido, vivimos en un tiempo de seres líquidos, como ha teorizado Bauman.
Lo que Occidente parece no haber aceptado aún es que el dominio de la Técnica, que le ha llevado a un éxito fugaz sobre la materia, le ha costado el Amor, con mayúsculas, como Wagner tan magistralmente expuso en el Anillo del nibelungo.
Entonces las potencias occidentales se encuentran con el otro, en este caso las potencias del Golfo, un otro que vive una crisis diferente pero que les hace confrontar su vacua moral. Y ante este confrontación, por mucho ruido que hagan poniendo toda su maquinaria propagandística a funcionar, el Capital se impone, como pasa siempre que no hay fundamentos firmes.
Estas potencias, la del Golfo, se sienten superiores al resto pero no por su dominio de la Técnica, como Occidente, sino por un designio divino. La riqueza mana en manantiales debajo de sus pies. Y esa riqueza les ha cegado a la realidad del Dador de todos los bienes. En vez de humildad por el favor recibido, se sienten elegidos. Por eso no importa quienes mueran tras la persecución de sus deseos de hacer saber al mundo su estatus ni el despilfarro absolutamente innecesario en el espectáculo y la distracción.
La riqueza se ha convertido en su prueba (64:15) como dice el Libro Sagrado que recitan al principio de semejante circo.
Libro Sagrado el cual advierte sobre aquellos a quienes se les dan bienes y se vuelven altivos y tacaños por ello. Libro Sagrado el cual habla extensamente sobre la justicia, la generosidad y la ayuda al necesitado. Pero todo eso es más díficil, porque toca al bolsillo, que reducir la moral a la inclinación sexual y la ebriedad.
En este caso, no son como aquel que ha logrado el éxito, que le va bien en la vida y siente que esto puede opinar sobre todo, sino como el nuevo rico que, de repente, tiene que hacerse valer entre aquellos quiene ya tienen dinero.
Y ahí está el conflicto. Occidente, los viejos ricos, intentan aseverar su superioridad moral puesto que la económica ya la están perdiendo. Una moral fluida y sin fundamento real posible, porque se basa en la materia y la materia está vacía.
Y las potencias del Golfo, los nuevo ricos, han reducido la moral a la inclinación sexual y la ebriedad, puesto que han olvidado la leyes que gobiernan la riqueza que mana de sus manantiales, un dádiva que en lugar de causarles agradecimiento les ha hecho soberbios.